Que vengan los nuevos bárbaros

En no pocos países europeos, muchos inmigrantes padecen la exclusión social. Los que no tienen acceso a la educación, los que no cuentan con servicios sanitarios, los que son explotados laboralmente, sin contratos o amenazados por empresarios inicuos. Por no hablar de los que son maltratados por el color de su piel o los que caen en redes de tráfico inhumanas o los que son inducidos u obligados a delinquir aprovechando su pobreza. Las Asociaciones de Derechos Humanos trabajan en muchos países europeos con eficacia contra esas actitudes xenófobas.
Algunos consideran a los inmigrantes como marginados, al lado de los sin techo, de los toxicómanos o de los reclusos. Sin embargo, los inmigrantes son personas con una vida normalizada en sus países que lo único que persiguen es un puesto de trabajo para mejorar su nivel de vida.
Las ONG están proporcionando muchos servicios asistenciales que deberían ser exigidos a las administraciones públicas. El papel de las organizaciones humanitarias debe centrarse en la promoción de los valores del intercambio cultural. A los voluntarios se les pide una actitud de comprensión y de respeto, que sensibilice y que ayude a mirar de frente al inmigrante sin prejuicios.
Es justo que cada país organice su ordenamiento legal para regular la inmigración y adaptarla a sus circunstancias sociales, económicas y políticas. Pero no lo es mirar a los nuevos bárbaros que amenazan el limes (frontera del Imperio Romano) de este caduco imperio europeo como una amenaza sino como acicate. A ellos debemos acercarnos para escucharlos, respetarlos y compartir sus saberes. Sin imponerles un modelo cultural que les haga renunciar al suyo, y, mucho menos, tratar de absorberlos.
El emigrante siempre tiene razones poderosas para dejar su tierra. Conviene acordarse de por qué salieron millones de europeos y riadas de españoles de los que hoy siguen viviendo fuera casi dos millones.
Lo que no se reconozca en justicia a los inmigrantes nos será arrebatado por la fuerza en nombre de esa misma justicia. Ya no cabe el neocolonialismo ni las ayudas paternalistas, ni la pretendida salvación de sus almas mientras nos quedamos con sus riquezas. Pronto habrá que cuestionar el concepto de “ayuda al desarrollo” para enfocar los problemas desde la reparación debida y desde las relaciones comerciales entre iguales. Es precisa la solidaridad como determinación firme y perseverante de trabajar por el bien de todos. También por el de nosotros, viejos mestizos de Europa.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en Mestizaje, de Diario 16 el 06/06/2003
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