Ser uno mismo

La creatividad es una rebelión para liberarse de tantos condicionamientos que nos encadenan e impiden nuestro vuelo. La persona creadora no puede seguir un camino trillado. Dice Jeremy Iron que nunca hizo lo que debía sino lo que creía. De eso se trata: actuar por convicción, lo cual conlleva asumir riesgos.
Una persona creativa puede ver cosas que no ha visto nadie, oír cosas que los demás no perciben, alumbrar el mundo cada mañana.
El hombre nuevo se caracteriza por las tres ces: conciencia, compasión y creatividad. La conciencia es saberse y ser consecuente, la compasión es el sentimiento de convivir con los demás y la creatividad es la acción, mas que la actividad rutinaria o impuesta. Contra el exceso de lógica está la plenitud movida por el sentimiento y regida por la intuición, que es la gran perdedora en lo que llaman desarrollo.
La acción creadora nace del silencio, de una mente contemplativa que ha hecho de la vida una celebración. Es espontánea y siempre fecunda. Es absurdo proscribir el ocio como fuente de peligros. Nos han inculcado la obsesión por una actividad que se ha convertido en compulsiva. Hay gente que vive para trabajar, para ganar dinero, para cuidar la salud. No se puede vivir para nadie, familia, amigos o institución alguna, se vive con ellos. Desde niños nos preparan para producir; producimos durante unos años y nos aparcan cuando dejamos de producir.
No se trata de lo que hacemos sino de cómo lo hacemos.
Nadie dijo que hubiera que renunciar a los deseos, sino que no nos aferremos a ellos. Desear formar parte de la vida, sin echar nada de menos, es sabiduría.
La vida se convierte en una celebración: por los pájaros, por el agua que corre, por el cielo azul, por las nubes, por el sol y por las lluvias. El sentido de vivir es poder hacer lo que uno quiere; esto es, querer lo que uno hace. La plenitud es el único fin de la existencia: ni tener, ni poder, ni acumular, ni mandar, ni los honores, ni las penas. Es locura sostener que vale más lo que más cuesta.
Es posible actuar sin buscar mérito alguno: la virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer. No es preciso llegar a Ítaca ni a Jerusalén ni a Tombuctú: basta saberse en camino hasta que se cae en la cuenta de que cada uno, todos y todo somos el camino.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en Mestizaje, de Diario 16
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