El espíritu del Voluntario Social

El ejercicio del desarrollo integral de la persona y de la sociedad no compete ni al Estado ni a los partidos políticos ni a las diversas confesiones religiosas. El ser humano con su familia y sus amigos, en su entorno, con su cultura y sus opciones libres es el protagonista de su desarrollo. Siempre cabrá la cooperación pero nunca la imposición que no respete la libertad, la justicia y el derecho fundamental a buscar la felicidad, pues el ser humano ha nacido para ser feliz. La felicidad proyecta las potencialidades en un desarrollo equilibrado que acerque a la plenitud del ser como persona. Si no precisamos el alcance de las palabras, triunfarán la fuerza, el imperio de los sentidos, la explotación de los más débiles y la soberbia, fuente de insatisfacción y de aislamiento empobrecedor.
Solidario proviene de solidus, moneda romana de oro, consolidada y no variable. La palabra solidaridad se refiere a la responsabilidad asumida in solidum con otra persona o grupo. Las personas se unen porque tienen conciencia de estar abiertos a los demás porque son seres de encuentro y no meros individuos aislados.
La solidaridad depende de la sensibilidad para los valores que piden ser realizados por personas que sienten la llamada de algo por lo que apuestan. De ahí que la solidaridad implique generosidad, desprendimiento, participación y fortaleza. Cuando nos unimos a otros solidariamente vemos surgir una energía y una alegría que genera modos valiosos de unidad, ámbitos de libertad, de comprensión, de cooperación y de justicia.
Se habla de la necesidad de "realizarse" y de ser auténticos. Recordemos que authentikós es quien tiene autoridad, y ésta deriva de augere, promocionar. Tiene autoridad sobre alguien el que lo promociona o promueve: auténtico es el que tiene las riendas de su ser, posee iniciativa y no nos falla porque es coherente y nos enriquece con su modo de ser estable y sincero. Dice López Quintás en El Libro de los valores que para poseer ese tipo de soberanía el hombre tiene que aceptarse a sí mismo; acoger su vida como un don y asumir unas condiciones de vida que no ha elegido: cualidades, sexo, familia, nación. Hay que aceptar esta vida con sus implicaciones: necesidad de configurarla nosotros para orientarla hacia un ideal. Si respondemos a esta llamada de los valores nos hacemos responsables para vivir abiertos generosamente a los demás en su afán de vivir con plenitud.

José Carlos Gª Fajardo

Este artículo fue publicado en Mestizaje, de Diario 16 el 06/08/2004
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