RETAZOS 048 Sándalo

Durante mi año sabático en el África subsahariana, me impresionaba el respeto que la gente tenía ante las manifestaciones de la naturaleza: el bosque, los ríos, los montes, la bruma, el fuego, las flores y los frutos. Nadie en su sano juicio pensó nunca que uno de estos elementos era otra cosa que una manifestación de la fuerza que lo animaba. Nunca adoraron a ningún árbol sino que reconocían en él, como en cualquier otra expresión de la naturaleza, la divinidad que le daba y sostenía su ser.
De ahí el animismo tan incomprendido por los europeos que fueron a civilizarlos y evangelizarlos, mientras que los árabes trataron de hacer lo mismo mediante el Islam. En el fondo, unos y otros, pretendían apoderarse de sus riquezas y utilizarlos a ellos como recursos humanos. Lo mismo que ha sucedido con todas las metrópolis en sus ansias colonizadoras. Igual que sucede ahora con la decisión de dominio hegemónico sobre Oriente Medio.
Pues bien, una de las cosas que más me admiraron siempre fue el gesto de saludo del cazador antes de abatir su presa y del leñador antes de hundir su hacha en el árbol.
Venía a mi memoria el ancestral saludo en India: “¡Jai Ram!” Me inclino ante la divinidad que te habita”. O el más conocido “Namasté”. “Tú y yo pertenecemos a la misma realidad”. También es ese el significado, en el Cristianismo, del “¡Adiós!”. “A Dios te encomiendo” que, en algunos lugares, dicen “¡Con Dios!” Como el “¡Ojalá!”, del árabe “¡Dios lo quiera!”. O el más profundo sentido del “Ágape”, la “Caridad” que nos habita y compartimos en la expresión de la fracción de lo que sea. Pan, vino, ropa, medicina o una simple caricia o apretón de manos.
Dejemos esto. Resulta que una persona había oído hablar de las maravillas de la madera de sándalo, de su olor y de su suavidad y finura. Como deseaba conocerla, escribió a sus amigos, entró en Internet, pidiendo siempre lo mismo: “¡Enviadme un trozo de sándalo!”
Y así, una y otra vez, hasta que un día, reflexionando sobre a quién podría dirigirse, mordió el lápiz con el que estaba escribiendo y, entusiasmado, descubrió el aroma del precioso árbol.
Esa es la razón de la búsqueda de la identidad perdida. El descubrimiento de nuestro rostro originario. El alboroto de nuestra mente nos impide “caer en la cuenta”, “to realise it”. Realizarnos.

José Carlos Gª Fajardo


Este texto pertenece a la serie 'Retazos de Sergei', una colección de cuentos orientales adaptados a nuestro tiempo