RETAZOS 088 Basta con una nota
- Maestro, leí en las Analectas de Confucio que, "No enseñar a un hombre que está dispuesto a aprender es desaprovechar a un hombre... - "... y que enseñar a quién no está dispuesto a aprender es malgastar las palabras" - continuó el Maestro, pero añadió -: No me parece una buena versión. - ¡Eso me parecía a mí!, - dijo con toda naturalidad Sergei. - ¡Hombre, eso sí que está bien, liebre de las estepas mongolas! Tú lo que quieres decir es que... - ... no es eso lo que tú practicas. Tú enseñas a todos, lanzas el grano a voleo y, caiga donde caiga, ya se encargará la semilla de abrirse camino.. - ... o de brotar y secarse, o de ahogarse entre zarzas, o de ser pisado por los búfalos si cayó en el camino. - Como en la parábola del Rabí de Nazareth. - Eso es, pero esa parábola ya está en tradiciones de dos mil años antes de ese Rabí, lo que ocurrió es que Occidente rompió los contactos. - Aunque se cumpla tan poco. - ¡Filósofo estás, Sergei! - Es que todavía no he comido, Maestro. - Pues mientras te ayudo a poner la mesa, escucha esta historia de lo que le sucedió al Maestro Zen Kakua cuando regresó de China, adonde había ido a practicar el Budismo Chan. - ¿Pero el primer patriarca japonés que llevó el Zen a Japón no fue Dogen? El que dijo aquello tan gracioso de "los ojos son horizontales y la nariz vertical" para resumir toda la sabiduría que había aprendido? - ¡Para, Sergei, mono de la jungla! Así, ¿cómo vas a aprender nunca si no te dejas invadir por la sabiduría? Ella te persigue, pero ¡tú corres más! ¿No ves que, razonando y discutiendo y aduciendo argumentos de autoridad y textos venerables, te convertirás quizás en un erudito, pero no alcanzarás la serenidad del despertar? - Te escucho, Maestro, te escucho, pero es que yo quería... - ¡Sergei! Me querías decir que "es difícil enseñar algo pero que siempre se puede aprender" ¿Nunca cambiarás? ¿La cabra siempre tirará al monte? - Perdona, Sensei, cuéntame ese cuento. Te escucharé sentado mientras pones la mesa y te lo cambio por recoger después los platos. - ¡Qué morro tienes, luz que agoniza! Pues resulta que, cuando el Maestro Kakua regresó al Japón, sólo se dedicaba a la práctica de la meditación y a arreglar su huerto, del que hizo un jardín. No abrió escuela, pero el Emperador oyó hablar de su sabiduría y de que sí que practicaba con algunos discípulos que venían a limpiar los alcorques. ¿Te suena? - ¡Cómo Nicodemo y el de Arimatea! - ¿No estarás preparando una de tus escapadas a Occidente, Sergei? ¡Muy puesto te encuentro! Así pues, ¡si me dejas proseguir! El Emperador lo convocó para que fuera a su palacio en Kyoto para que predicara a toda la Corte. Kakua acudió y permaneció en silencio ante el Emperador que estaba impaciente. Entonces, sacó una flauta y ante la expectativa general, tan sólo emitió una nota. Después, hizo una profunda reverencia ante el Emperador y desapareció. - ¿....? - No, Sergei, nunca más se supo qué fue de Kakua cuando abandonó el palacio del Emperador. |
José Carlos Gª Fajardo
Este texto pertenece a la serie 'Retazos de Sergei', una colección de
cuentos orientales adaptados a nuestro tiempo