RETAZOS 090 Los contratos de Nasrudín

Hoy tocaba recogida de juncos en la orilla del río para que el Maestro tuviera reservas durante el otoño y, así, poder seguir dedicado a su pasatiempo favorito después de las largas meditaciones.
- ¿Por qué es tan importante ocupar las manos en algo cuando se regresa de la meditación?, - preguntó Sergei.
- Por eso, Sergei, porque todavía regresamos, como tú dices. Cuando nos dé igual hacer cestos que cuidar alcorques, vivir en una ermita perdida en el monte o vender vino en el mercado, entonces, ya no distinguiremos los quehaceres de las bondades del estudio, de la contemplación o del profundo silencio.
- Eso es poder hacer lo que uno quiere.
- No, liebre precipitada. Eso es querer lo que uno hace. ¿Qué más da lo que hagamos, Sergei? Se trata del cómo, de la concentración, del amor, de la libertad y el desprendimiento que pongamos en cuanto hagamos. ¿Barrer, orar, comer o hacer el amor, dormir o velar? ¿No es todo lo mismo bajo apariencias diferentes?
- ¡Hombre, Maestro, dicho así suena fuerte y uno tiene sus preferencias, digo!
- ¡Qué bruto eres, Sergei! ¿Podrías estar todo el día y toda la noche comiendo o follando o durmiendo o bebiendo? ¿Un día tras otro, un mes tras otro? ¿No te das cuenta de que gran parte del placer reside en su brevedad? Recuerda a Sísifo, a Tántalo, a Niobe y a todos los héroes que pretendieron ir más allá de su naturaleza desafiando al Cielo.
- Por eso dices que no nos fiemos de las apariencias, sino de la energía que las anima.
- Escucha esto, lobo estepario. Eran las diez de la mañana y el Maestro Sufí Nasrudín dormía a pierna suelta. Su mujer fue a despertarlo porque se le enfriaba el desayuno y, además, tenía que ir a dar clase. El Mulá pegó un grito a su mujer y le dijo. “¿No comprendes, mujer insensata, que me encontraba a punto de cerrar un contrato por valor de cien mil piezas de oro? ¡Ay, Alá, qué cruz me has dado con esta familia que me has puesto encima!” Y Alá se asomó y lo zarandeó mientras pretendía ir en busca del contrato soñado: “Escucha, Mulá, - le dijo Alá-, ¡Eres más zote que un gañán! Tú si que eres el insensato y no la mujer que te aguanta, hasta que un día se canse”. “Sí, - respondió despertándose del todo Nasrudín -. ¡Tú dale ideas, Señor, que buena es ella!” “¡Escucha, Mulá incorregible! ¿Acaso no pretendías realizar una estafa con ese contrato en tu sueño? ¿No era la otra parte un tirano redomado?” “¡Todavía no lo había firmado! – se defendió Nasrudín” “Si al despertar, - prosiguió Alá - renunciaras a ese injusto contrato hubieras sido una persona justa, un santo. Si hubieras utilizado tu inteligencia para ayudar a liberar al pueblo oprimido por el tirano, hubieras sido un héroe. Pero si, en medio del sueño, te hubieras dado cuenta de que estabas soñando, hubieras sido un hombre despierto, un ser liberado. ¿De qué te valdría haber sido un santo o un héroe, si estabas dormido? -, concluyó el Altísimo”
- ¿Y qué hizo el Mulá después de haber escuchado a Alá?, - preguntó el inquieto zorro de las estepas rusas, como temiéndose que hubiera gato encerrado en el cuento del Maestro.
- Pues lo mismo que vas a hacer tú: Irse a lavar los platos del desayuno de toda la familia porque su mujer dijo que “en esta casa hay un tiempo para comer y hay un tiempo para holgar. ¡Estaríamos buenos!”
 

José Carlos Gª Fajardo


Este texto pertenece a la serie 'Retazos de Sergei', una colección de cuentos orientales adaptados a nuestro tiempo