RETAZOS 099 Liebre o conejo

Ya hacía algunos días que Sergei andaba muy diligente y atento a las necesidades del Maestro. “¡Aquí hay gato encerrado!”, pensó el Maestro. Y haciéndose el encontradizo, mientras el aplicado jardinero limpiaba los alcorques, le dejó caer:
- ¿No es hoy cuando debería pasar el peregrino, una vez aseado y restaurado?
- ¡Maestro! ¿Qué se había roto para que tuvieran que restaurarlo?
- ¡Qué melón eres, liebre de las estepas!
- ¡Más bien conejo, Venerable señor! Más bien conejo.
- Lo que sea, Sergei, liebre o conejo me da igual. ¿Acaso no sabes que restaurar tiene que ver con restaurante y no sólo con restauración de un objeto?
- Ya decía yo. O sea que si, por poner un ejemplo, uno se encontrase un animal, digamos, y tuviera una patita rota ¿debería restaurarlo?
- No. Lo que tendrías que hacer es curarlo, es decir cuidarlo.
- Pero en los monasterios budistas Chan no está permitido tener animales. ¡Cómo nunca catamos la carne!
- No la catamos porque es cara, no por supersticiones de yoguis y de renunciantes que parecen disfrutar sufriendo. A lo que íbamos: Según el Buda, todos los seres están animados por la misma energía y nuestra compasión tiene que alcanzar a todos ellos: seres humanos, animales, plantas, ríos o montañas. Por eso, simbólicamente, en las comidas apartamos unos granos o un trocito de algo y, al terminar, lo ofrecemos a los pájaros.
- ¿Por si acaso nos reencarnamos en uno de ellos?
- Puff, Sergei, puff. ¿Qué es eso de las reencarnaciones en otros seres? Paparruchas. Es una explicación pueril en el afán de querer explicarlo todo. Ya hablaremos, ¿o sueñas con reencarnarte en una liebre?
- Pensaba que, quizás, mi hermano más chico, el que murió de fiebres en Mongolia, se había reencarnado en un conejito que llegó por la orilla de río y que traía una patita rota...
- ¡Y que tú estás cuidando y ocultando, a pesar de la prohibición del Abad de este Monasterio!
- Maestro, ¿cómo te habías enterado?
- ¡Sergei! Vete a buscar al peregrino y hazlo pasar, que tú y yo, ya hablaremos. ¡Digo!
El asistente echó a correr como una centella, pero iba saltando porque ya se lo había soltado al Maestro. “Además, decía para sus adentros, ¡en esta zona el Abad no tiene jurisdicción!”
 

José Carlos Gª Fajardo


Este texto pertenece a la serie 'Retazos de Sergei', una colección de cuentos orientales adaptados a nuestro tiempo