RETAZOS 002 Cuando el cielo suda

Estaban padeciendo un tiempo de calor bochornoso, pero nadie comentaba nada. No tenía sentido quejarse sino adaptarse. Un día, bastante antes del amanecer, Sergei se despertó para beber y vio al Maestro regando las partes del jardín más castigadas por el sol. Se acercó en silencio porque sabía que esa era una de sus formas de meditación, hacer algo con total concentración.
El Maestro enseñaba que no hay nada superior a nada, una vez que se ha alcanzado un cierto nivel de comprensión: sentarse, caminar, bañarse en el río, tejer alfombras, urdir tramas con juncos o preparar una taza de té, daba igual. Por eso, Sergei preparó una jarra de naranjada y, cuando se lo iba a llevar al Maestro, vio al noble Ting Chang sentado junto al río con una expresión de serenidad que evocaba las de Ananda y Buda en su encuentro con el barquero.
- Señor, quizás te apetezca un poco de naranjada, pero no me atrevo a ofrecérsela a Ting Chang, - dijo humilde y solícito Sergei.
- Puedes dejársela al lado pero no olvides de inclinarte ante la divinidad que lo habita. En estos momentos, la paz de su espíritu sostiene el cosmos.
- ¿Cómo es eso posible, Maestro, si ayer nos dijiste que todo sucede para bien, hasta lo que nos parece malo? ¿Es que hay unas acciones o unos momentos mejores que otros?
- En nuestra percepción claro que sí, pero no en la realidad - respondió el Maestro. Escucha, Sergei, lo entendamos o no, todo se desenvuelve como debiera. Los funerales se hacen para que los familiares y amigos puedan desahogarse. Son para los vivos, los muertos no los necesitan. Ayer te quedaste pensativo ante la contemplación de la muerte como una simple etapa en un proceso que sobrepasa nuestra comprensión, tan limitada.
- ¡Sí que me costaba asumirla como dices, como otra etapa en una maduración que libera!
- Es que nada ni nadie muere, Sergei. Son formas de vida que desaparecen y son sustituidas por otras. Como la metamorfosis del gusano, la mariposa y los huevos. Como el mantillo en que se convierten las hojas de los árboles, las flores y las hierbas. Como los humores y los huesos de todo ser viviente.
- ¡Parece que no les apena morir, aunque los elefantes escogen sus lugares silenciosos para esa fase de sus vidas!
Ting Chang se había acercado y escuchaba en silencio. Sergei le tendió un vaso de naranjada, y el príncipe que permanecía bajo la humilde túnica de monje, se lo agradeció con esa grandeza que hay en saber recibir más que en dar. Y le dijo con una sonrisa enraizada en la corriente del río.
- ¡Por eso los animales no hacen funerales, ni las águilas, ni las flores, ni los jardines en mutación continua!
- En algunas culturas, más sabias que la nuestra, - apuntó el Maestro -, la muerte de un ser querido se celebra con cantos y danzas, con banquete y con libaciones. Y la gente se viste de colores. 

José Carlos Gª Fajardo


Este texto pertenece a la serie 'Retazos Luna Azul', colección de cuentos orientales adaptados a nuestro tiempo