RETAZOS 043 Apetecible

Seguían preparando la amplia estera de rafia para que recibiera bien la base de tinta china que delinearía los contornos del paisaje que el Maestro quería regalarle al doctor Ting Chang. De la etapa que se avecinaba en su nueva vida en Shangai, el Maestro no sabía más que lo que Ting Chang le había enviado en un mensaje con unas escuetas palabras: "Regresaré si me aceptas para prepararme adecuadamente para esta guerra". 
- Si aún hubiera dicho "batalla", estaría más tranquilo - le comentó a Sergei en voz alta-. Pero este tipo de personas excepcionales cuando aceptan un desafío lo hacen con todas sus consecuencias. Pero, escucha, Sergei, ¿qué haces tú yendo y viniendo al pueblo en el burro de los monjes? ¿A tantos recados te envía el Ecónomo?
- ¡Luz que apenas se divisa! Nada se te escapa. Y eso que estos días andas de muy buen humor.
- ¿Cuándo no lo estoy, liebre atronadora?
- Bueno, digo que desde hace unos días pareces más alegre.
- No te desvíes, Sergei. Nos conocemos.
- Bueno, Refugio de los humildes, es que la ilustre viuda de Nanking ha tenido un ataque de lumbago.
- Y te ha llamado para que la trates, terapéuticamente, quiero decir.
- Maestro, a veces me pregunto por qué el Cielo me habrá hecho así, tan atractivo.
- Cuida, Sergei, que no te vaya a ocurrir lo que a aquel hombre que corría desesperado perseguido por una enorme tigresa. El hombre ya no pudo más, se paró, se volvió y le gritó a la inmensa fiera que ya babeaba de placer. "¿No podrías dejarme en paz?" La tigresa respondió babeando todavía más: "¿Por qué no dejas tú de tener unas cachas tan apetecibles?"
- ¡Maestro!
- ¡Ahahá!

José Carlos Gª Fajardo


Este texto pertenece a la serie 'Retazos Luna Azul', colección de cuentos orientales adaptados a nuestro tiempo