RETAZOS 046 Orejas de liebre
Terminaba la tarde del séptimo día del retiro del Maestro cuando éste se preparaba para ir a la cocina del monasterio a buscar un poco de comida. En esto, hizo su aparición Sergei, vestido como un ejecutivo de la ciudad. - ¿Adónde vas, liebre que agoniza? - le preguntó sin inmutarse-. ¿O de dónde vienes? - Ay, Maestro, esta viuda me trae loco. ¿No se le ocurrió decirme que había que estar preparados por si nos trasladábamos todos a Shangai? - ¿Pero no tenía un ataque de lumbago? - Ya, Maestro, ya. Del lumbago y de lo que no es lumbago voy a tener que reponerme yo después de una semana con esta fiera. Creo que agotó las reservas de ginseng de todo el pueblo si no, no me lo explico. - Sergei, ¿no sabes lo que le ocurrió a una liebre que estaba muy orgullosa de sus finas y largas orejas? - Estoy yo como para pensar en liebres, ¡adoro a las tortugas! Pero cuente, cuente. - Pues resulta que, cuando llegó el invierno, las puntas de las orejas se le congelaban durante las noches más frías. - ¿Entonces, qué hizo? - Se decidió a mantenerse alerta con los ojos bien abiertos para ver llegar el frío y ponerse a cubierto. - Ay, Maestro, ¡si no son las orejas lo que siento dolorido! - Ahora, encima, ¡no te quejes! ¿Ves lo que sucede cuando se es tan atractivo? Las tigresas te perseguirán y no para hacerte zalemas. |
José Carlos Gª Fajardo
Este texto pertenece a la serie 'Retazos Luna Azul', colección de
cuentos orientales adaptados a nuestro tiempo